Totalmente
ausentes a la elección del presidente del Eurogrupo o a los primeros pasos
institucionales del recién proclamado rey para muchos son estas semanas fechas
trascendentales. Tras recibir la nota de selectividad, pruebas a las que unos
se enfrentaban con ansiedad y nerviosismo, con más o menos expectativas y con
unos objetivos más o menos claro llega el periodo de preinscripción. Un periodo
emocionante, un periodo quizá trascendental, ilusionante en la que cambian de
etapa de vida y dan los primeros pasos hacia un futuro un tanto incierto. Y en
este tiempo de burocracia, de trámites y papeleo, de matrículas, firmas,
tarjetas, sellados optativas son muchos los que se agarran, o los que lo
intentan, a algunas de las becas que concede el ministerio o alguna que otra
asociación. Para pagarse la matrícula, que en Madrid asciende de media a los 1500 euros, para pagarse el transporte y
desplazamiento, para poder costearse el piso en el que pretenden vivir o el material que te
piden en la universidad.
Y muchos son también los que se encuentran
con las puertas cerradas porque la renta de sus padres, declarada, supera por
poco la franja que establece el ministerio o, los más, porque no hay dinero para
todos. Sería lógico que otorgasen las rentas a aquellas familias con rentas más
bajas a fin de conseguir que exista y se produzca una igualdad de
oportunidades. Sin embargo luego nos encontramos con la picaresca y las
triquiñuelas que dan lugar a que estudiantes cuya familia tiene una renta muy
superior a la declarada obtengan beca, destinando, y lo digo porque conozco
algún caso, ese dinero a sacarse por ejemplo el carné de conducir. Les prometo
que ayer no salía de mi asombro cuando
buscando una cosa en el boletín oficial del estado, en un apartado
dedicado a este respecto leía que los alumnos de las universidades privadas
también tenían derecho a beca. Tienen dinero suficiente y se han podido
permitir ingresar en una universidad privada y reciben una ayuda pública. Otros
se quedan sin poder estudiar en la universidad pública porque no tienen ayuda
de ningún tipo.
¿Cómo arreglamos el desaguisado y las
injusticias tan flagrantes que se producen con las becas? Una solución podría
ser que las becas fuesen finalistas, quizá implicaría un mayor esfuerzo, más
molestias y más trabajo por parte de inspectores y funcionarios, pero
seguramente sería eficaz que no se diera directamente una cuantía de dinero,
sino que se pagara aquello que se necesita. Menos complicado sería confiar en el sentido de la
responsabilidad y de la sensibilidad de las personas, pero bajo aquello tan
español de Tonto el último, de eso ya nos queda poco.
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