Criticar es imprescindible y
fundamental. No hay por qué criticar por criticar, pero es necesario
hacerlo con aquellos aspectos de la realidad que son mejorables . Hace unas semanas veía en Salvados
a Carmen Lobo, una política que denunció un caso de corrupción política
en la que ,si todos los políticos hacían la vista gorda y accedían a una recalificación del suelo
destinado a guarderías, colegios y parques , serían cedidos a un empresario que
construiría pisos de lujo. El voto de
esta concejala decidía la aprobación del
proyecto y por votar a favor le daban
seis millones de euros y un piso de
lujo. Carmen no cedió, Carmen se negó desde un principio…Y es aquí donde a
muchos nos surge la pregunta: Nosotros, si hubiésemos estado en su lugar ¿habríamos
hecho lo mismo o hubiésemos cedido a lo más cómodo, a lo más rápido? Esto lo
podemos trasladar a otros muchos casos. Podemos hacernos esa pregunta en muchos
otros casos. Para nosotros es sencillo criticar porque somos “los de abajo”. No,
eso está muy feo, no somos los de abajo, pero sí que somos aquellos en los que
recaen las medidas que otros deciden, somos nosotros los que no nos encontramos
en una situación privilegiada, somos nosotros los que no tenemos poder de decisión
colectiva. Aunque no seamos los de abajo,
si que desgraciadamente miramos demasiado desde abajo. Siempre, por h o por b,
habrá alguien por encima de nosotros. No será más que nosotros pero si tendrán más
poder que nosotros y sus conductas,
correctas o incorrectas tendrán más repercusión sobre los otros. Yo suelo
hablar muy a menudo de empatía, pero lo hago normalmente desde la perspectiva
de quien está en peor situación que nosotros. Hoy propongo hacer lo contrario,
ponernos en la piel de los que están en mejor situación que nosotros...Y lo
último que pretendería sería justificarlos, pero... Y si fuésemos ellos? Llegamos
a la polémica de siempre; El poder corrompe?...Cada vez son más las personas
que creen que si. Y si fuésemos ese presidente del gobierno que, tras ganar las
elecciones le resulta mucho más cómodo aceptar imposiciones externas y saltarse una detrás de otra las
promesas que había hecho. ¿Tendríamos la voluntad, la personalidad, haríamos lo
correcto? ¿Tendríamos el coraje de rechazar seis millones de euros y un piso de
lujo no levantando una mano, con lo que ello supone por tener unas convicciones
firmes? ¿O nos doblegaríamos a lo práctico, a lo sencillo, a lo común? Es
extrapolable a multitud de casos, pero la pregunta es la misma ¿Y si fuésemos
ellos, esos a los que con razón
criticamos, actuaríamos correctamente? Si la respuesta es un no rotundo, bien.
Si la respuesta es un no dubitativo o un silencio, estamos perdidos.